Era un día lluvioso de mayo, el viento realizaba una melodía
que alegraba los viejos oídos de Jerónimo al saber que por fin su tierrita con
unas pocas plantas de Maíz iba a ser regada por aquello considerado por las
personas como una bendición de Dios. El contemplar aquella tarde el nublado
cielo le regocijaba y se motivaba a seguir cada día más pendiente de sus plantaciones. Luego de la lluvia, era como si las plantas brillaban, el verde cambió a más oscuro, más bello, todo estaba más fresco, el
agradable olor a la tierra mojada adornaba los habitantes de aquel pequeño y
lejano pueblo… al paso de unos días empezaron
a salir las espigas fuertes y relucientes como su cultivador esperaba.
A medida que pasaban los días las aguas fueron desapareciendo
y el hombre perdía la fe en lo que podía ser su última cosecha… Jerónimo tenía
80 años y un cáncer pulmonar por motivo del tabaco; el cual no dejaba de usar y él seguía usándolo a escondida de su esposa mecho y su hija
lucía que muy pendiente de su salud se mantenían.
Al no estar lloviendo, las plantas de maíz cambiaron al igual
que el estado de ánimo de Jerónimo, ambos entristecieron. Ya no estaban tan
verde como antes, sus hojas se veían maltratadas, las espigas perdieron fuerza
y la tierra se endureció.
Con sus temblorosas manos decidió buscar agua desde un
pequeño arroyo para no dejar perder su plantación la cual le mantenía
motivado y le hacía sentir bastante útil, con el sentimiento de que aun podía
brindarle algo a su familia. El arroyo no
quedaba tan lejos, Jerónimo invadido por la
fe, el deseo y la esperanza daba uno que otro viaje cada mañana para no perder
todo lo invertido, se le veía ir al arroyo en su burro, con su camisa rota, su frente sudorosa y arrugada, su machete amellado a acomodado a la cintura y con el rostro
caído…. Rostro el cual cambiaba inmediatamente veía su cosecha mojada, aquí
adoptaba el entusiasmo de un niño cuando le han comprado su primer juguete.
Su vecino don Cuco se burlaba al verlo con sus pachangas escurriendo agua y le
decía que esa práctica iba a acabar con él,
pero a Jerónimo no parecía importarle, más bien sonreía al escuchar su
vecino… mientras se secaba el sudor de la frente y acomodaba las vasijas le
respondía: el tiempo de Dios es perfecto y al igual que
el maíz dará su fruto yo también he dado los míos.
Esta cosecha fue la mejor de todo el pueblo, no por su
cantidad sino por su calidad, Jerónimo aprovechaba de vez en cuando una mañana
para compartir con su vecino cuco unos cuantos maíces, mientras Cuco se ponía a
disposición para ayudarle a buscar agua para la próxima siembra.
¿Cómo
va tu siembra?
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